domingo, 8 de febrero de 2009

clases magistrales

Deberías haber visto su cara
al ver los copos de nieve caer.
Su boca entreabierta
sala de espera de un paraíso,
aquel verano
que fue la rendija de una puerta,
el horizonte vertical
donde dos niños, primos lejanos seguramente,
jugaban a mamás y a papás.
Descubren la perfección de unos hombros quemados,
el sabor de unos labios candorosos,
la cama de matrimonio de la que arrancan las raíces,
y siembran árboles frutales
y una casa blanca que no se derrite en agosto,
del cielo y todo lo demás
que se encarguen las ventanas.
Llega a casa el papá cansado,
la mamá corrige los ejercicios de sus alumnos...
no, mejor un desconocido que llama a la puerta,
echan a suertes quien da el primer beso,
otra vez vuelve a perder él.
Entonces el desconocido (o el papá, que más da)
acerca sus labios temblorosos a los de ella,
y a veces abre los ojos
para ver los suyos cerrados y desenfocados,
pero los cierra rápidamente
porque todo el mundo sabe
que hay que desconfiar
de los que besan con los ojos abiertos.
No saben soñar.

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