Diáspora en el cielo
y un Dios exiliado en mi bolsillo.
La cara del rey marcada en su mejilla,
restos de kleenex tras su oreja,
entradas de cine rasgadas sobre sus párpados.
Sus manos aferrándose a las costuras
para no caer por el agujero.
Y mi padre que cada día
al llegar a casa me registra.
Y yo que ya entro con los bolsillos del revés
como el adolescente que prueba ante el policía
que no lleva nada encima.
Muere el borbón en su perfil,
sopla el viento las migajas de su barba de comunista
(muchos dioses se parecen a Marx)
mientras se frota la cabeza por el golpe
y se pregunta cómo puede doler más caer de un bolsillo que del cielo.
Observa desde el portal como se enciende la luz de mi ventana,
el rostro taciturno de papá,
su mirada desconfiada peinando la calle,
y lanzando fugaces al agujero de mi bolsillo.
Se esconde el Dios diminuto
detrás de un folleto arrugado de ofertas de supermercado,
y murmura mientras se santigua:
y un Dios exiliado en mi bolsillo.
La cara del rey marcada en su mejilla,
restos de kleenex tras su oreja,
entradas de cine rasgadas sobre sus párpados.
Sus manos aferrándose a las costuras
para no caer por el agujero.
Y mi padre que cada día
al llegar a casa me registra.
Y yo que ya entro con los bolsillos del revés
como el adolescente que prueba ante el policía
que no lleva nada encima.
Muere el borbón en su perfil,
sopla el viento las migajas de su barba de comunista
(muchos dioses se parecen a Marx)
mientras se frota la cabeza por el golpe
y se pregunta cómo puede doler más caer de un bolsillo que del cielo.
Observa desde el portal como se enciende la luz de mi ventana,
el rostro taciturno de papá,
su mirada desconfiada peinando la calle,
y lanzando fugaces al agujero de mi bolsillo.
Se esconde el Dios diminuto
detrás de un folleto arrugado de ofertas de supermercado,
y murmura mientras se santigua:
Me cago en su padre
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